«Telefónica, 1939», por Ilsa Barea-Kulcsar

La que fue esposa de Arturo Barea, el autor de la trilogía «La forja de un rebelde», nos dejó esta su única novela, prácticamente inédita hasta hace unos años, en la que nos describe el opresivo ambiente vivido por ella en primera persona, en el edificio de Telefónica en la Gran Vía madrileña en el mes de diciembre de 1936.

Ilsa Wilhelmine Elfriede Pollak Kulcsar de Barea, que ése era su nombre completo, nació en Viena en 1902, y falleció en la misma ciudad en 1973 tras una intensa vida. Periodista y socialista comprometida con los movimientos y las luchas de su época en su Austria natal, que la llevaron a exiliarse en 1934, y después, a colaborar en 1936 con la República española durante la Guerra Civil como censora en la oficina de prensa extranjera que dirigía, el que terminaría siendo su segundo marido Arturo Barea en el edificio de la Telefónica en Madrid.

Justo al terminar la guerra, ya exiliada en Inglaterra, terminó la novela «Telefónica, 1939» que se publicó por entregas después de la segunda guerra mundial en 1949 en un periódico austriaco con el título «In der Telefónica». Recientemente en 2019 se publicó en español en traducción de Pilar Mantilla por la editorial Hoja de Lata siendo presentado especialmente por la Fundación Telefónica en una sesión disponible en su videoteca junto con información adicional que encontraréis en este enlace.

Interesados, como nuestros seguidores conocen, por todo lo relacionado con las telecomunicaciones durante la Guerra Civil, en cuanto hemos encontrado un rato, nos la hemos leído.

La lectura de la novela da como es lógico para comentar muchos aspectos de lo que fue la guerra, así como de la situación y características de sus personajes o toda una crítica literaria, pero esta no es nuestra especialidad ni el objeto de este blog, por lo que nos fijaremos en otros aspectos relacionados en concreto con lo nuestro: las telecomunicaciones en la guerra.

El propio edificio que da nombre a la novela es sin duda el protagonista principal. Entonces, igual que ahora, era ya un símbolo imborrable del propio Madrid y, en las circunstancias de la guerra con los primeros bombardeos aéreos de una urbe de la historia, un importante escudo defensor del núcleo de las comunicaciones del país.

Ya hemos comentado la importancia capital de Madrid (de la Telefónica en definitiva) en la estructura de las comunicaciones telefónicas nacionales, totalmente radiales, y el impacto que esta circunstancia tuvo durante la contienda, en los relatos de Juan de Salas en las que nos cuenta las «Vicisitudes del Teléfono» , por ello el especial papel que desempeñó.

La autora nos describe la situación a largo de todas las páginas de la novela, recorriendo los diferentes espacios del edificio: el vestíbulo, sus salas y pasillos, sus ascensores, la escalera y los sótanos. Todos ellos ocupados en aquella coyuntura por variopintos personajes, que se describen en detalle. Por un lado, los empleados, telefonistas y técnicos, ascensoristas, conserjes y limpiadoras. Y por otro los ajenos, adueñados del mismo: militares, funcionarios, sindicalistas, anarquistas, milicianos, voluntarios… y como no, los cientos de anónimos refugiados, de paso o sin destino… y, destacadamente en este caso, la prensa extranjera. Todos en una convivencia forzada por las circunstancias… y las bombas.

Aprovechamos las imágenes, capturadas del vídeo enlazado arriba, de la presentación del editor del libro Georg Pichler en la Fundación Telefónica para destacar las propias palabras de la autora.

Varias capturas de la presentación del libro por su editor Georg Pichler en Espacio Telefónica el 17 de septiembre de 2022

Para saber más sobre el edificio os recomendamos los trabajos de Javier García Algarra y especialmente el libro publicado con motivo del 90 aniversario del edificio que podéis descargaros en este enlace.

Telefonistas y conferencias. La historia relatada nos deja entrever que, a pesar de las circunstancias, las comunicaciones internacionales de los corresponsales de la prensa extranjera eran posibles y se llevaban a cabo con cierta normalidad (incluida las demoras «de siempre»), y ello gracias al trabajo ininterrumpido de las telefonistas que incluso dormían en el edificio (la familia de los empleados tenía su refugio allí también) para reducir los riesgos que tenía el deambular por las calles hasta sus domicilios.

Pocos son los asuntos técnicos que se tratan en la novela, aparte de mencionar la importancia de los equipos telefónicos que allí funcionaban; no obstante, en el Capítulo V de la cuarta parte, se describe una accidentada reparación de un corte de la línea de Madrid a Barcelona por la rotura de un poste de cemento por la artillería enemiga cerca de Jadraque (Guadalajara).

La avería habría sido localizada en la mesa de pruebas interurbana de la central de Gran Vía desde la que salieron los técnicos para resolverla.

«Reparar la línea para hablar directamente con Barcelona… Entre los cuatro sacaron el pesado poste con aisladores del coche y lo arrastraron por la nieve… ¡Vaya mierda de trabajo -dijo Tomas que llevaba la caja de herramientas colgando- Esta noche nos tienen que dar ración doble en la Telefónica!

…Cuando los cuatro llegaron al poste de cemento roto… la viga estaba partida por la mitad -le habían acertado de lleno…- y los cables de las cinco líneas estaban arrancados de un lado de los aisladores. Era una curiosa suerte que los cables del otro lado -hacia Madrid- se mantuvieran. Eso hacia el trabajo más fácil y rápido.

Mientras… cavaban un agujero… junto al basamento de la viga rota…empezaron a comprobar los cinco cables. Anastasio dio el teléfono portátil a Manuel. Llamaron a cuatro centrales locales, luego a la Telefónica.

Las cinco centrales que comunicaban con Barcelona, entre ellas la Telefónica de Barcelona, llamaron. Anastasio empalmó los cables nuevos. Estaba arreglado. Entre los cuatro levantaron el poste y apisonaron la tierra. Manuel se colgó el teléfono portátil al cuello y se ató los trepadores…Se ajustó el cinto.

Empezó a introducir los cables de las líneas uno a cinco en los aisladores. Cuando acabó de restablecer la tensión reventó un obús…Llamó a las cuatro líneas locales. Todo en orden. Luego llamó a Barcelona. Bien. … Después a la Telefónica…la línea está arreglada…»

Del Capitulo V, Cuarta parte. Telefónica, Ilsa Barea. Páginas 267-271.

Aunque la precisión del lenguaje no es perfecta, entendemos claramente la operación que se describe y las dificultades añadidas.

Nos llama la atención el tema del «poste de cemento», que sería sin duda de «hormigón» pero que de cualquier forma eran poco usados en la época, la mayoría heredados de las concesiones previas a la CTNE y en uso en zonas urbanas.

Línea Alicante-Murcia, entre Elche y Crevillente. 1928, Contreras y Vilaseca. Archivo Fundación Telefónica R-01857

Cinco parece que eran los circuitos aéreos de hilo desnudo que en ese tramo soportaban los postes telefónicos de la línea con Barcelona, a través de los cuales se establecerían también las conferencias de larga distancia con París y Londres, demandadas por la prensa para transcribir sus reportajes. Estos circuitos sin duda pertenecían al tramo Guadalajara-Sigüenza de la nueva línea interurbana Madrid-Zaragoza-Barcelona que la CTNE construyó en 1926, llamada «Línea del Nordeste», como se puede leer en el artículo «Las grandes líneas interurbanas del programa de 1926» del número 11 de noviembre de aquél año en la Revista Telefónica Española, páginas 31 a 41.

Esa conexión, poco tiempo después, quedaría interrumpida por el avance de las tropas franquistas, apareciendo así cortada en los planos de la situación en 1937, que ilustran los mencionados relatos de Juan de Salas. Más información del tema encontraréis también en nuestra entrada Telefónica en la Guerra Civil.

Otro aspecto que refleja muy bien la autora es el de las demoras para el establecimiento de conferencias interurbanas durante la guerra. Ilsa nos regala un diálogo de ficción muy instructivo al respecto:

Comandante Sánchez, hoy necesitamos una línea libre entre las ocho y las nueve para hablar con Barcelona.

Sí, y Miaja una línea libre a Valencia. – […]

Pueden cortar la línea con Valencia en Guadalajara. -El ruso lo dijo como si anunciara un hecho inevitable. Los dos españoles pensaron: cree que la van a cortar, es pesimista.

Pero queda la línea directa a Valencia, la comunicación con Barcelona se puede establecer fácilmente desde Valencia, además de la línea Alicante-Valencia – dijo Agustín-. Aunque necesitamos material para reparar el servicio exterior, y no nos lo dan.
[…]

Mi comandante, la línea a Barcelona, la línea directa, está interrumpida. Nos lo acaban de comunicar.
-Qué faena, hoy están previstas varias conversaciones de trabajo importantes, ya sabes, material, y las demás líneas están saturadas. Vamos a tener que hacer esperar a la prensa. Pero aquí no puedo hacer nada que no hagáis vosotros, por suerte tenemos el material para repararlo. ¿Dónde está el corte?
-Todavía no lo sé, García está pidiendo los informes.

Del Capitulo II, Tercera parte. Telefónica, Ilsa Barea. Página 184.

Además, esta edición de la novela de Georg Pichler, incorpora otro texto de la propia autora, en este caso un ensayo, de gran valor: “Madrid, otoño de 1936”. En él hace una magnífica descripción del edificio de Telefónica durante la contienda:

La Telefónica —y ahora no cito de memoria, sino según un texto que escribí al poco de abandonar España, todavía bajo la reciente impresión de lo vivido— tenía trece plantas y dos sótanos. En lo más profundo bajo la tierra estaban los refugiados de los suburbios y de los pueblos de los alrededores de Madrid. En la planta trece se ubicaba el puesto de observación de la artillería. En medio, apretujados en las habitaciones de doce plantas, la maquinaria de la red telefónica para toda España, y, al mismo tiempo, una muestra representativa del Madrid sitiado: otros refugiados; obreros; policías; milicianos; Primeros Auxilios; empleados; oficiales del Estado Mayor del puesto de observación, apartados por miedo a cualquier contacto; como cuerpos extraños, aislados, los funcionarios de los capitalistas americanos dueños de la Telefónica y del monopolio de teléfonos de España, en ese momento desposeídos de su poder por el control estatal; la oficina militar, control administrativo superior en que solo estaba el coronel o su representante; un comedor espacioso; catres de campaña en todo tipo de habitaciones para la gente del turno de noche; un ejército de telefonistas que en parte dormían en el edificio para no tener que ir de o al trabajo bajo una lluvia de obuses; en la cuarta planta, los periodistas de la prensa extranjera; en la quinta, la censura de prensa, una sección del Ministerio de Estado, y la censura de teléfonos, un comité de los empleados de la Telefónica. Y en medio también máquinas y más máquinas, valiosas y casi insustituibles. Además, los despachos de los sindicatos, el Consejo Obrero y sus instituciones, los carteles de la organización, los materiales de reparación, la vida técnica, la vida política, la vida militar. Máquinas de escribir y telescopios de tijera. Y atravesando el edificio, los cinco enormes huecos de ascensor junto a la estrecha y, si cundía el pánico, peligrosa escalera. Todo ello era el objetivo de los cañones y las bombas de los otros. Todavía no había una defensa antiaérea.

Anexo «Madrid, otoño 1936», páginas 286-7.

Sin duda se nos habrán escapado más detalles «telefónicos» por lo que os invitamos a su lectura y a comentarlos aquí.

En una futura entrada complementaremos lo expuesto en esta con nuestras notas sobre los asuntos de Telefónica que se tratan extensamente en el tercera parte, «La Llama», de la trilogía de Arturo Barea «La Forja de un Rebelde».

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Publicado en Guerra Civil Española, Historia, Memoria del Trabajo, Protagonistas

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