Los libros técnicos antiguos que reflejan la situación en su momento de la tecnología en desarrollo con sus cambios y avances, pueden ser muy útiles para comprender la propia historia de cada disciplina, por ejemplo al comprobar usos terminológicos que posteriormente se asentaron o desaparecieron, neologismos adoptados de otras lenguas, errores conceptuales, o desarrollos que con el tiempo se abandonarían en unos casos y en otros se consolidarían. Eso buscamos en los que analizamos en nuestra serie «Las telecomunicaciones en los libros» que continuamos, en esta ocasión, con uno de los pocos textos de Física escrito por un catedrático español a finales del siglo XIX, «Elementos de Física» por el extremeño D. Eduardo Lozano y Ponce de León (1844-1927), Doctor y Catedratico en Física en la Universidad de Barcelona y en la Universidad Central de Madrid entre otros puestos.
Aunque la primera edición del texto data de 1890, el ejemplar que disponemos es su novena edición de 1907, corregida por el hijo del autor, el ingeniero Eduardo Lozano y Monreal.
Esta obra fue aprobada por el entonces Consejo de Instrucción Pública como texto para los Institutos de segunda enseñanza y Escuelas de Artes y Oficios, y debió suponer una atrevida innovación, según deducimos leyendo el prólogo, al oponerse a los partidarios de la enseñanza enciclopédica que «valiéndose al efecto de Extractos de Compendios de Resúmenes afirman obtener excelentes resultados con sus catecismos para el desarrollo de los educandos» y defendiendo por contra que «para aprender algo, es necesario estudiar mucho», para lo cual el autor no ve medio hábil de reducir el libro a menos páginas», apuntando finalmente lo siguiente:
«que por aquel sistema se llegará más pronto a experimentar las graves consecuencias de nuestros desaciertos en el ramo de la instrucción pública, que parecen fatalmente encaminados a convertir las Universidades e Institutos en fábricas de Doctores y de Bachilleres a poca costa, en corto tiempo y a bajo precio»
Otra modernidad a señalar es que en el texto de Eduardo Lozano se agrupan las materias utilizando como criterio el concepto de energía y su conservación, frente a la organización clásica de los libros de Física de la España de la primera mitad del siglo XIX, todavía en latín o, poco después con la Ley Moyano, organizados en base a la «Teoría de los fluidos imponderables» (los conocidos calórico, lumínico, eléctrico y magnético), tal como indica Vaquero Martinez, J.M. en su tesis (1).
Es interesante revisar en las diferentes ediciones de este tipo de libros, precisamente los temas que apuntamos aquí como la telegrafía, la telefonía y otros similares, que justamente, en esos años evolucionaban de manera rápida y radical como consecuencia de la aplicación práctica de los descubrimientos e invenciones que se precipitaban entonces. Así por ejemplo, en las primeras ediciones (al menos hasta la quinta de 1897) poco se decía sobre el teléfono en un último capítulo (dentro del apartado de «Inducción») en el que se le mencionaba junto con las motores eléctricos, y se destacaba un «Manipulador de telégrafo Morse» en la primera página como insignia del avance de las ciencias físicas del momento.
En sucesivas ediciones, estos capítulos, ya incluidos en un nuevo apartado más correctamente denominado «Electricidad Aplicada», fueron completándose con los avances de los últimos años, aumentando su número de páginas. En este enlace tenéis digitalizados ambos capítulos, el LXXXII Telegrafía Eléctrica y el LXXXIII Telefonía Eléctrica, para su descarga y lectura completa.
Es igualmente interesante destacar el lenguaje y la terminología, que ahora nos puede resultar confusa, pero que entonces se proponía desde diferentes autores con mayor o menor éxito o acierto, y que posteriormente el tiempo se encargaría de asentar, modificar u olvidar.
En el capítulo telegráfico, después de la necesaria definición del término, se exponen sus fundamentos y partes esenciales, dedicando un apartado a las líneas telegráficas que pueden ser «aéreas, subterráneas o submarinas según el medio por donde se tiende el alambre» y sigue «las primeras están formadas por un alambre de hierro galvanizado sirviéndole para sostenerle pies de madera que reciben el nombre de postes o palos con aisladores de porcelana de diferentes formas, donde se apoya el alambre». Se afirma, y no lo hemos leído así en otros textos si no más bien al revés, que en principio se ponían dos alambres para cerrar el circuito y después uno solo sirviendo el suelo de segundo alambre.

Continúa el capítulo describiendo diferentes modelos de telégrafos: el de cuadrante o de Breguet y el de Morse. Entre ellos se intercala la descripción del timbre eléctrico y después se mencionan otros diversos, como el de Hughes y se introducen nociones sobre los sistemas de transmisión múltiple con el empleo de lo que denomina «distribuidores», que permiten la compartición en el tiempo de la misma linea, y los que la comparten simultáneamente, con las variantes «duplex, diplex y cuadruplex», según se buscara el envio simultaneo de dos despachos en sentidos opuestos, en el mismo sentido o de cuatro, dos en cada sentido.
Cuatro interesantes páginas se dedican a los fundamentos del «Telégrafo sin alambres», que se presenta como evolución: primero sobre dos alambres, luego sobre uno y … ¡voilá!, ahora sin ninguno. Gracias todo ello, (y sin emplear el término «radio», entonces aún no asociado a estas técnicas de «transmisión sin hilos») a los descubrimientos de Hertz, y las invenciones de Branly, Popoff, Marconi, etc. Se menciona, finalmente la nueva técnica de «sintonización» puesta en practica por Poulsen de Copenhagen y termina el capítulo hablando de los relojes eléctricos por tener análogos fundamentos que el telégrafo de cuadrante.
El siguiente capítulo, dedicado a la muy reciente maravilla de la telefonía eléctrica que adjudica a Bell tras mencionar los ensayos de «Reid» (claramente se refiere a Reis), comienza mencionando el teléfono de cuerda.

Se describe el aparato de Bell formado por el «teléfono transmisor» y el «teléfono receptor» pasando rápidamente a describir el micrófono, «un instrumento que sirve para amplificar sonidos débiles» y como consecuencia de la aplicación de éstos al invento de Bell, aparece el microteléfono y como ejemplo destacado el microteléfono de Ader, del que se describe y explica su funcionamiento.
En las grandes ciudades se ha hecho indispensable el establecimiento de oficinas centrales de teléfonos a fin de que cada abonado pueda comunicar, sin más que un sólo hilo, con todos los demás.
Se sigue aquí insistiendo en el uso, como aparentemente ventajoso, de un «sólo hilo» (la experiencia demostró ampliamente como imprescindible el uso de dos hilos conductores para conseguir comunicaciones «audibles») comentándose los problemas de su uso simultáneo incluso por el telégrafo y el teléfono, y su solución sorprendente por la aplicación de «corrientes alternativas».
En un extraño apartado final denominado «Radiófono» se comienza hablando de este curioso aparato, que se ilustra con un ejemplar construido por Mercadier (2), y que es empleado en las investigaciones y experimentos de Bell y otros físicos distinguidos, «mediante la caída intermitente de las radiaciones luminosas sobre diversas substancias» con el fin de producir sonidos o incluso palabras y se habla de los estudios de la «radiofonía» y la «fotofonía», concluyéndose que …
… no dejaremos de notar la importancia del descubrimiento si, perfeccionado, permitiera la transmisión de la palabra sin establecer otra línea conductora que el misterioso rayo de luz que parta del transmisor y llegue al receptor, colocado a suficiente distancia.
Después, se menciona y describe someramente el telegráfono del citado Poulsen y en el último párrafo se menciona un fotófono que transmite la palabra en base a la disminución de la resistencia eléctrica del selenio según aumenta la intensidad de la luz que le atraviesa.
¡En poco espacio y cogido con pinzas… todos los avances de las siguientes décadas!
Descarga de los capítulos citados en este enlace.
(1) José M. Vaquero Martínez «El Éter en la Física española del primer tercio del siglo XX: El caso de Pedro Carrascosa Garrorena (1883-1966)» Tesis doctoral. Universidad de Extremadura 2001. En concreto, apartado 1.2. páginas 7 a 17.
(2) Queremos suponer que se refiere al ingeniero francés Ernest Mercadier (1836-1911).
Estimado amigo gracias por enviarme esto. Un buen trabajo, cuánto nos falta por saber y la poca importancia que le damos a esto, sabemos mas de fulbol que de estas cosas tan importante que son para la humanidad. Qué seriamos sin estos para la comunicación.
Un saludo y prospero año nuevo
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